El blog de D.W. Nichols Autora de novela romántica y erótica

miércoles, 29 de junio de 2011

Relato: Historias de Vampiros, Mikal



Cuando el portero de la discoteca puso la mano en su pecho intentando impedirle el paso, Mikal lo miró profundamente durante unas décimas de segundo. El armario empotrado pareció cambiar de opinión porque sonrió estúpidamente (algo que no era un efecto secundario de la manipulación mental a la que había sido sometido, sino de su propia imbecilidad) y se apartó. Mikal cruzó la puerta sonriendo. Doscientos años como vampiro, y esta parte aún le encantaba.

Durante varios minutos tuvo todo el local ante su vista, varios metros más abajo de donde se encontraba la entrada. Una pasarela metálica la cruzaba de un lado a otro y, a ambos extremos, unas escaleras que le introducirían en medio de la multitud que bailaba, reía y bebía frenéticamente. Miró desde lo alto de la pasarela dejando que su instinto le guiara hasta que la localizó. Margarita estaba rodeada de varios hombres –como no– que se morían por llamar su atención. La agasajaban continuamente – ¿quieres esto? ¿Te apetece lo otro? –, pero ella parecía aburrida. Mikal volvió a sonreír, pero esta vez con ferocidad. "Esto está a punto de cambiar, nena".

Pensó en Carla, su vecina. Sus dormitorios daban pared con pared y cada amanecer, cuando llegaba satisfecho después de haberse alimentado, su corazón se rompía al oírla llorar. Carla era uno de esos ángeles que Dios pone en la Tierra de vez en cuando para darnos ejemplo de bondad. Se habían conocido cuando él se mudó un año atrás –algo que tiene que hacer a menudo debido a sus peculiares características– y se hicieron amigos rápidamente. Le gustaba Carla. No sólo tenía un corazón de oro; sus buenos sentimientos llegaban incluso a perdonar sin rencor a aquellos que habían hecho de su vida un infierno. Carla nunca hablaba de ello pero Mikal podía leer su mente sin ningún esfuerzo; cualquiera que hubiese recibido los malos tratos que ella padeció por parte de una madre borracha habría desarrollado un odio instintivo hacia el mundo, y su mente se retraería, escondiéndose detrás de mil muros. Pero no Carla. Ella había perdonado a su madre de corazón y los recuerdos de su infancia no eran más que eso, malos recuerdos que no intentaba esconder. Por eso Mikal había accedido a ellos tan fácilmente, porque en Carla no había recovecos ni dobles intenciones; era honesta –algo muy raro hoy en día– y siempre estaba alegre; por lo menos hasta dos semanas atrás en que volvió del trabajo llorando desconsoladamente. Carla no le quiso contar lo que había pasado, pero a Mikal no le hacía falta: podía leerlo en su mente.

Carla era secretaria y Margarita –su jefa– la había puesto en ridículo delante de toda la oficina por un error que no había cometido ella. Pero eso no fue lo peor. Carla estaba perdidamente enamorada – ¿por qué le dolía eso?– del jefe de Margarita, un hombre de sonrisa profiden y actitud Buzz Lightyear y la humillante bronca había tenido lugar estando él presente. La poca autoestima que le quedó a Carla desapareció cuando le vio allí de pie, observando atentamente. Quiso morirse.

Mikal vio a Margarita moverse hacia la barra dejando plantados a su séquito de admiradores y lameculos. Bajó rápidamente las escaleras y caminó decidido hacia ella. La gente se apartaba a su paso dejándole el camino libre –seee, eso también le gustaba–. Se acomodó en la barra al lado de Margarita –sin mirarla siquiera– y pidió un cubata de ron mientras su mente se expandía para iniciar el enlace con la mente de Margarita. Un ligero toque y ella se dio cuenta de la maravillosa presencia a su lado en la barra. Se lo quedó mirando durante unos minutos mientras él se hacía el loco, apoyado indolentemente en la barra, sin mirarla ni una sola vez, llevándose el vaso a los labios para dar ligeros tragos. 

Su mente leía todo lo que pasaba por la cabeza de Margarita y cuando ésta pensó vaya polvo te echaba se agarró a esa idea fijándola en su mente y potenciándola –poco a poco, no fuese a tener un orgasmo allí mismo–. Ella suspiró entrecortadamente.

–Disculpa, ¿no nos conocemos?– le preguntó; una entrada bastante mediocre, pero siendo una mujer de piernas largas y lo que la mayoría de hombres considerarían hermosa, no necesitaba recurrir al ingenio para ligar. Normalmente, con una simple caída de pestañas le bastaba.

Mikal la miró, como sorprendiéndose de su presencia allí a su lado.

–Perdón, ¿qué decías?

No le costó fingir indiferencia al mirarla, sobre todo porque podía ver su verdadera esencia conectado como estaba a su mente, y Margarita era fea y sucia. Si tuvo algo que disimular fue el horror que sentía crecer al adentrarse en sus sombras. Odio y desprecio por el resto de la humanidad eran los dos sentimientos que predominaban, seguidos de cerca por el egoísmo y la ambición desmedida. 

Mikal estuvo convencido que estaba ante una mujer capaz de cualquier cosa con tal de conseguir sus propósitos sin importarle culpar de sus propios errores a los demás… y tirarse a su jefe. "Así conseguiste tu ascenso, ¿verdad? Seh, pasando por encima de otros que lo merecían más que tú… Pero tu mundo está apunto de derrumbarse sin que puedas hacer nada por evitarlo, nena. Yo voy a encargarme de eso".

Mikal pasó la lengua por sus incisivos, como hacía siempre que estaba a punto de alimentarse. Se sentía hambriento y no quiso perder más tiempo. "Matar dos pájaros de un tiro" fue la frase que le vino a la mente. Se bebió el cubata de un trago. 

Margarita seguía hablando, coqueteando descaradamente, pero él apenas prestaba atención a sus palabras. No le interesaban. Dejó el vaso sobre la barra, cogió a Margarita por la cintura mientras murmuraba "acabemos con esto de una vez", y la besó. Metió la lengua en su boca de una forma casi salvaje. Las manos de Margarita se aferraron a su pecho y lo acompañó en el beso, sorprendida y cada vez más excitada. Mikal se apartó de su boca tan de repente como había entrado, dejándola sin resuello. Le cogió la mano y le dijo:

–Ven conmigo.

La sacó de la discoteca casi a rastras y la llevó al aparcamiento donde estaba su coche. No parecía haber nadie por los alrededores. La sentó sobre el capó y se acomodó entre sus piernas, que rodearon rápidamente su cintura.

–¿Vamos a hacerlo aquí?– preguntó ella jadeando de impaciencia.

–Por supuesto.

Ella sonrió con malicia y lo atrajo hacia sí, para besarlo de nuevo. Mikal quería terminar pronto con aquello. No le gustaba estar en la mente de Margarita. Era fría y oscura como un calabozo, llena de humedad y bichos; pero tenía que seguir porque cuanto más excitada estuviera ella más fácil sería para él manipular su mente hasta conseguir grabarle la impronta de lo que debía hacer al día siguiente en el trabajo. Así que siguió, de una forma metódica y fría.

La cogió por las nalgas para levantarla durante un instante y subir su minifalda hasta la cintura. Arrancó sus bragas con violencia mientras la besaba y ella gimió en su boca. La rozó de nuevo con su mente para aumentar la excitación y hundió su mano entre sus piernas. Ella le recibió con un jadeo entrecortado y cuando la mano de Mikal se hizo más atrevida, se dejó caer hacia atrás sobre el capó sintiendo que toda su atención y toda su energía se concentraba única y exclusivamente en el punto que él estaba tocando. Gimió y jadeó y se curvó de placer mientras todas sus defensas mentales caían derruidas por una sola y maravillosa mano que estaba produciendo milagros en su coño y cuando eso ocurrió, Mikal entró en su mente como un huracán y le grabó a fuego las palabras que tenía que pronunciar al día siguiente.

Margarita gritó y se convulsionó llegando al orgasmo y Mikal, agotado y hambriento por el esfuerzo hecho al doblegar la mente de ella, le hundió por fin los colmillos en el cuello y se alimentó de su sangre. 

"En momentos como éste vale la pena ser vampiro", pensó mientras la veía marchar totalmente confundida y sin apenas recordar lo que había sucedido. "Carla, mañana recuperarás la sonrisa, te lo aseguro".

Estuvo toda la tarde dando vueltas en su apartamento con el oído pendiente de la puerta de al lado. A las ocho y media en punto, como cada día, la oyó llegar. Estaba tarareando. Buena señal. Le dio media hora para que se duchara y pusiera cómoda y llamó a su puerta. Carla le recibió con una amplia sonrisa iluminando su rostro.

–Hola– dijo él.

–Hola– contestó ella y le cogió de la mano para arrastrarlo al interior de su apartamento–. No te creerás lo que me ha pasado hoy en el trabajo.

–Bueno, te lo diré cuando me lo cuentes.

Adoraba verla feliz y sonriente de nuevo. "Esta es mi Carla". Ella fue hacia la barra de la cocina americana y empezó a prepararse unos sándwiches mientras hablaba. Mikal se sentó en uno de los taburetes para poder verla bien y no perderse ni una sola expresión de su rostro.

–Verás. Hace unos días mi jefa me pegó una bronca monumental delante de toda la oficina. Me acusó de perder unos contratos muy importantes que acababan de ser firmados; pero no había sido yo porque ella jamás me los había llegado a entregar. Lo peor de todo fue que el señor Silverman estaba presente. ¡Pero esta mañana lo ha admitido todo! ¡Delante de todos! Ha dicho que había sido ella quien los había dejado olvidados en el taxi cuando volvió de la reunión donde se habían firmado, que todo era culpa suya y que, esto es lo mejor, ¡me pedía perdón! ¡A mí! Después se ha ido al despacho del señor Silverman, ha repetido la confesión y ¡ha dimitido! ¡Ha sido alucinante! Nunca creí que doña témpano de hielo fuera capaz de sentir remordimientos, pero esto me hace pensar que, después de todo, hasta la persona más malvada puede tener una pizca de humanidad en su corazón, ¿no crees?

–Nunca dejes de pensar así, Carla. Es lo que te hace ser tan hermosa.

–No me tomes el pelo, Mikal– dijo haciendo un leve mohín–. Te pones muy feo cuando lo haces.

–Hablo en serio, Carla– contestó Mikal. 

Para él era hermosa, bella, deseable, excitante… Pensó en rodear la barra de la cocina y besarla. Podía hacer que se entregara a él inmediatamente, sin reparos, y algo se endureció en su entrepierna. Sólo tenía que dar un ligero toque en su mente. Sería fácil. 

Y desastroso.

No podía hacerle eso a Carla. No de esta manera. 

Ella se lo quedó mirando fijamente durante un momento, intentando adivinar el significado que encerraban sus palabras y su silencio, pero pronto desistió. Tenía más cosas que contar.

–Hay algo más, ¿sabes? El señor Silverman aceptó su dimisión y me llamó a su despacho. ¿Sabes para qué? Para disculparse él también y ¡para invitarme a cenar! Este sábado, a las siete, pasará a recogerme y me llevará a un lujoso restaurante para resarcirme por el mal trago que mi jefa me hizo pasar. ¿No es fantástico?

A Mikal se le paró el corazón. "Mierda, esto no estaba en el guión", pero se obligó a sonreír ampliamente.

–Sí, lo es. ¡Por supuesto que lo es! Pero… ¿puedo ejercer de padre protector durante un instante? Ten cuidado con ese señor Silverman, ¿quieres? Puede que no sea tan maravilloso como te imaginas.

Carla se puso seria y le dio un mordisco al sándwich. Masticó lentamente y meditó lo que iba a decir.

–No soy tonta, Mikal. Se que Mark Silverman es un mujeriego y nunca sería tan inocente como para caer en sus redes de forma inconsciente. Pero, ¿sabes una cosa? Si intenta seducirme, cosa que no creo que ocurra, me haré la tonta y por una sola noche en mi vida, seré como Cenicienta en el baile del palacio.

–En ese caso, espero que te diviertas– y que valga la pena el precio que tengas que pagar, sea cual sea–. ¡Y ahora tengo que irme!– Se levantó forzándose a sonreír de nuevo aunque no tenía ningunas ganas de hacerlo–. Ya nos veremos.

–Sí. El domingo ya te contaré.

Salió a la calle sintiéndose vacío y triste. Se dio cuenta que durante ese año, poco a poco, se había ido enamorando de la vecina de al lado y antes de ser consciente de ello, la había perdido. No importaba lo que ocurriera el sábado. Él no era más que el vecino y nunca sería más que eso. La había perdido sin tener siquiera la oportunidad de tenerla.

"Quizá es hora que me mude. Sí, me vendrá bien cambiar de aires".














El diablo baila a la sombra de la luna escarlata

           




Esta historia empezó con una imagen mental un tanto terrorífica. Un bosque, una tormenta de nieve, una noche bien oscura y un hombre envuelto en una capa montando a caballo. Y una mansión.
He de admitir que soy totalmente intuitiva a la hora de escribir y que nunca hago ningún tipo de esquema de la historia antes de empezar. Quizá por eso ha habido algunas que no han llegado nunca a un buen término, por lo menos hasta ahora, pero es que si yo misma sé cómo termina, ¿dónde está la emoción y la sorpresa?



En pleno siglo XIX, Eloy, un libertino que huye de Madrid después de haber matado a otro hombre en un duelo, intenta llegar a Francia atravesando los Pirineos. En plena tormenta, se pierde y es rescatado por una muchacha que lo lleva hasta su casa, una mansión donde ocurren cosas extrañas...



Muchas veces me han preguntado...

            Muchas veces me han preguntado de dónde saco las historias. Es una pregunta frecuente que se hacen todas aquellas personas que no son capaces de escribir dos líneas creativas a todas aquellas personas que sí somos capaces, lo hagamos bien o no.
            Sherrilyn Kenyon, en uno de sus cuentos, habla de un lugar donde  están todas las historias, esperando a ser escritas. Ciertamente no sé por qué algunos de nosotros tenemos la imaginación tan fértil. No creo que sea cuestión de genética (desde luego por mi parte no lo es), ni que tenga nada que ver con la educación. ¿Quizás tiene más que ver con el alma? O con la realidad de nuestra existencia.
            No sé por qué yo puedo hacerlo, pero sí sé por qué lo hago. Es cuestión de mantener mi cordura.