viernes, 2 de agosto de 2013

Relato: Una excursión cualquiera I


Hay una diferencia entre estar bien y sentirse bien. MarieAnne Summers no se sentía de ninguna de las dos maneras.

Le dolía el estómago y mientras trataba de regresar a su coche, a más de media hora de distancia, en la entrada del parque natural, iba soltando tacos por la boca como si fuera un carretero. La palabra más bonita que pronunció fue hijo de puta, e iba dirigida al bocata de atún que se había comido hacia más o menos una hora.

No debería habérmelo comido, pensó por millonésima vez. Cuando noté que olía raro debería haberlo tirado. Pero no, claro, como soy tan lista, tenía que arriesgarme. Intoxicación alimentaria en medio de un jodido bosque, sin cobertura en el móvil y a más de una hora del médico más cercano. Y eso suponiendo que en el pueblo por el que pasé al venir aquí, haya médico...

Se apoyó contra un árbol durante unos minutos intentando recuperar el aliento. Jadeaba con fuerza y el sudor frío le corría por la espalda. Y no era precisamente a causa del calor. 



A principios de primavera la temperatura aún era fresca, lo suficiente como para tener que llevar parka, pero no para congelarse. Eso es un alivio, pensó en medio de una risa mental histérica.

Siguió caminando por el sendero del bosque. El sol lucía espléndido en lo alto del cielo, a pesar que el manto de vegetación sobre su cabeza no se lo dejara ver. Si por lo menos pudiera llamar a emergencias podría dejarse caer al suelo después y esperar a que la vinieran a rescatar. Al fin y al cabo era una excursionista en problemas, ¿no? Aunque el problema fuera un estúpido dolor de estómago.

Un retortijón más fuerte la obligó a detenerse. La cosa iba de mal en peor. Esperaba que no se le soltara el vientre porque entonces tendría que añadir la vergüenza a su ya larga lista de sentimientos negativos que la estaban abrumando. La ira por haber dejado que su jefe la convenciera para venir aquí ella sola para inspeccionar el terreno y buscar probables lugares que sirvieran de marco a la próxima sesión fotográfica con los modelos de Ralph Laurent. El miedo que se había apoderado de ella ante cada ruidito que oía en el bosque. La frustración al darse cuenta que a los modelitos no les iba a hacer gracia saber que tendrían que ir caminando hasta los diferentes lugares que ella había escogido, y que el día que volviese allí con ellos y su jefe, tendría que aguantar sus quejas durante horas.

Ese montón de niñatos guapitos de cara estaban muy bien para verlos en fotos o mirarlos en un anuncio por televisión, pero trabajar con ellos era una auténtica mierda pinchada en un palo.

Lo que le faltaba. Tener pensamientos escatológicos para que su estómago se revolviese más.

De repente, un viento helado sacudió el bosque y MarieAnne empezó a tiritar. Se abrochó la parka y reacomodó la mochila a su espalda. El cielo empezó a encapotarse y al cabo de diez minutos empezó a caer una fina llovizna. A ella le entraron ganas de llorar y acabó vomitando, arrodillada en el suelo al lado de un árbol.



A Luke Sands le encantaba refugiarse en el parque nacional. Tenía permanentemente alquilada una de las cabañas y pasaba allí todo el tiempo que podía, lejos de la gran ciudad y de la multitud de satélites humanos que le rondaban sonriendo solícitos intentando llamar su atención.

Aquí, entre estos árboles centenarios, se hacía uno con la naturaleza y era feliz. El pueblo más cercano, Pine Woods, estaba a una hora en coche y sus habitantes no tenían ni idea que él era un hombre rico e influyente. Cada vez que bajaba a por provisiones le trataban como a cualquier otro turista, y eso le gustaba. Nada de sonrisas falsas ni búsqueda de favores. Eran gente sencilla, trabajadora y honesta.

Hacía años que soñaba con poder retirarse a este paraje a vivir permanentemente.  Al principio no lo había hecho por su esposa, de la que había acabado divorciándose y a la que le resultaba absolutamente imposible alejarse de Nueva York, a no ser que fuese para viajar a París durante los días que duraba la pasarela de moda.  Menos mal que no habían tenido hijos, sino el divorcio hubiera sido mucho más desagradable, con la lucha por la custodia. Estaba seguro que ella hubiera utilizado a sus hijos, si los hubiera habido, para chantajearle y sacarle más dinero.

Después del divorcio se había refugiado en su empresa, demasiado orgulloso y asustado como para admitir su fracaso como marido. Con la mente ocupada con los problemas empresariales no tenía tiempo para pensar en otras cosas, y en su refugio del bosque hubiera tenido demasiado tiempo para cavilar.

Habían pasado tres años de su divorcio y aquél había sido el primero en el que había vuelto a su cabaña para pasar unos días, sólo para probar qué tal le sentaba. Y le había ido de maravilla. Gracias al tiempo y a la paz que encontraba en aquel lugar, había sido capaz de meditar sobre los errores cometidos, aceptarlos y hacer borrón y cuenta nueva. Se sentía un hombre diferente. Quizá había llegado el momento de dejarlo todo y quedarse allí definitivamente. Al fin y al cabo, lo cierto era que la empresa funcionaba sola y tenía un buen consejo de administración, cuyos miembros serían capaces de manejar cualquier problema.

Respiró profundamente y, aunque el sol iluminaba el bosque, notó el cambio en el aire. Pronto empezaría a llover.

Decidió terminar el paseo y volver a su cabaña atravesando el bosque para llegar antes que el agua empezase a caer. Adoraba la naturaleza, pero odiaba mojarse. Y una tormenta, en esa época y en aquel lugar, siempre podía convertirse en algo peligroso si te pillaba al descubierto.

Caminó a través del bosque sin usar ninguno de los caminos marcados. Se conocía el lugar como la palma de su mano y no necesitaba seguir las indicaciones puestas para los turistas para que no se perdieran. Cuando pasaba cerca de uno de esos caminos, oyó un ruido totalmente fuera de lugar. Alguien estaba vomitando.

Estuvo tentado de pasar de largo porque pensó que sería otro estúpido turista con una monumental borrachera, pero al final decidió acercarse sólo para asegurarse que no fuese alguien que estuviera en verdaderos problemas. Lo que vio lo dejó paralizado.

Era una chica. Arrodillada en el suelo y vomitando. Y entonces empezó a lloviznar.

Mierda.

–¿Se encuentra bien, señorita?




2 comentarios:

  1. Me gusta, empieza bien y deja con ganas de saber mas... Besos

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  2. Muy buen comienzo. Me gusta como escribes, dando detalles y describiendo muy bien como se sienten los personajes. Esperaré a ver qué sucede con ambos.

    Un abrazo

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