Este relato fue publicado en la antología "La Llave" hace unos meses. Ahora me he decidido a publicarlo en el blog para que, si no tuviste la oportunidad en su momento, puedas leerlo ahora. Espero que lo disfrutes.
Riiiiiing.
Lorena, Lore
para las amigas, se revolvió en la cama aún dormida mientras farfullaba
incoherencias.
Riiiiing.
Se giró hacia
el otro lado y dio un manotazo a la almohada, que salió volando para quedarse
suspendida entre la mesita de noche y el cabezal.
Riiiiing,
riiiiiing, riiiiiing.
—Hay que
joderse...— murmuró con un cabreo impresionante mientras se levantaba y acudía
hacia el telefonillo—. ¡¡¡Qué!!!— gritó mirando con fijeza el aparato, medio
dormida—. ¿Sabes qué hora es, pedazo de cabrón? ¿Por qué no vas a molestar a
otro..?
—Lore, ¿puedes
abrirme, por favor?
La voz
masculina que oyó a través del altavoz del telefonillo la dejó ojiplática y
temblorosa. Era su vecino, el cachas del segundo B, el que se paseaba en
calzoncillos por la cocina mientras se preparaba el desayuno. No es que ella
mirara (bueno, no mucho) pero era imposible no verlo a través del ventanuco que
daba al patio de luces, justamente enfrente del suyo propio.
—Claro— dijo
con una voz algo temblorosa y le dio al botón que abrió la puerta de la calle.
A los pocos segundos, oyó el ruido del ascensor al moverse y cuando, poco
después, oyó las puertas abrirse en su misma planta, el cabreo había vuelto a
apoderarse de ella. ¡Por Dios, eran las cuatro de la madrugada!